lunes, 8 de febrero de 2010

Vamos un rato...

Caminaban uno junto a él otro pero apenas y se tocaban. Ambos morían por tocarse pero la invisible barrera no se los permitía. Aún no sabían que era exactamente -sí la confianza, respeto o comunicación perdida- pero ambos estaban sumidos en ése pensamiento.
Caminaron un gran tramo de parque, otro más de calle, nisiquiera sabían a donde iban, o más bien no sabían si el otro sabía a donde querían llegar -pero en el fondo ambos caminaban a donde mismo-, apenas y hablaban, no querían saber que decirse porque habían llegado a la conclusión de que en ellos ya las palabras sobraban en demasía y que por mucho que lo intentaran no había mucho que decir -o tal vez sí, pero continuamente se lo negaban a si mismos (de nuevo)-.
Ella tenía las manos secas, rasposas y ni le gustaba sentir sus propios dedos tocarse. Él por su parte tenía las manos suaves, tersas, blancas y debido a la buena circulación siempre estaban templadas. Ahora los dos pensaban en las manos del otro, eran justo lo contrario y por su parte lo que ambos necesitaban.
Ellos se necesitaban.
Eran inmensamente contrarios, él era melindroso, ella no tenía manía alguna que representara problemas. Les gustaba llevarse la contra, pensar que el otro nunca lo entendería aunque se entendían tan bien que igual no soportaban estar con sus reflejos.
No les gustaba saber que podía realmente existir la persona que iba respirando a lado suyo, constantemente se decían que todo hubiera sido más fácil -o diferente- si nunca hubieran cruzado palabra, recordar aquélla tarde en la biblioteca les daba escalofríos porque a veces todo parecía muy ficticio.
Ahora subían el puente, se sabían tanto que ya no recordaban quien había sido el primero en temer tanto los puentes peatonales, sin embargo era necesario cruzarlo. Del otro lado creían que iba a estar la salvación al cambio que habían sufrido. Todas las personas en común que los conocían hablaban sobre lo iguales que eran. Era insufrible también para ambos escuchar ésto.
La mochila que él llevaba era justo que se quedaría con él. Llevaba entre enseres personales una carta que había prometido no leer hasta el vuelo, una foto enmarcada, una sudadera y una bufanda. Seguramente sus padres ya lo estaban esperando y sólo el debía llegar a registrarse.
Aunque nunca le había dicho a ella que se iría para siempre y ni a donde iría, estaba más que seguro que ella ya lo sabía. Por éso estaba ahí después de meses de no verse, -¿meses?-, 3 años exactos en los que ésos mismos atrás prometieron llorando que se volverían a ver aunque nunca sospecharon que bajo ésas circunstancias. Él había prometido tanto, pero ella siempre se negó a seguirlo, no quería acabar en su país favorito vagando por Mont-matre sola y desconsolada porque seguramente lo encontraría feliz y con otra, aunque quien sabe, realmente no lo creía así.
Llegaron al aeropuerto, nisiquiera se atrevían a verse a los ojos, aunque de los dos pares empezaban a caer lágrimas, ahora si tenían tantas cosas que decirse y tan poco tiempo para hacerlo, él quería abrazarla, luchaba contra la barrera que ellos mismos habían construido. Él sabía perfectamente que sí ella se lo pedía podía quedarse, pero sabía que nunca lo haría, no porque no quisiera, sino porque ambos sabían que su lugar no era estar escuchando la respiración del otro. Por mas que lo intentaran una y otra vez sabían que su lugar era estar apartados e inspirados para crear, más que para vivir.
Ella fue la primera en poder, lo abrazó sin decir nada, le dijo todo lo que el necesitaba saber sin abrir la boca, aunque ciertamente sabía que tenía que dejar irlo. Quizá en un año podría encontrárselo en el barrio latino o quizá tomando fotos en los campos elíseos pero mientras no quería que el fuera a su lugar, a donde realmente pertenecía.
Se tomaron de la mano y tragándose junto con las lágrimas el orgullo y rencor hacia el destino que se había acumulado en tanto y a la vez tan poco tiempo.
Le besó las lágrimas, la frente, las manos, el cuello, la nariz, los lunares, la cargó y la besó suavemente en los labios, ella olío su cabello, lo mordió levemente en el hombro y al fin pudo asomarse una sonrisa, la que ambos habían anhelado.

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